El día en que esté viejo y ya no sea el mismo, ten paciencia y compréndeme. Cuando derrame la comida sobre mi camisa y olvide cómo atarme mis zapatos, recuerda las horas que pasé enseñándote a hacer las mismas cosas.
Si, cuando conversas conmigo, repito y repito las mismas historias, que sabes de sobra cómo terminan, no me interrumpas y escúchame. Cuando eras pequeño, para que te durmieras, miles de veces tuve que relatarte el mismo cuento hasta que cerrabas los ojitos.
No me reproches porque no quiera bañarme; no me regañes por ello. Recuerda los momentos que te perseguí y los mil pretextos que inventaba para hacerte agradable el aseo. ¿Te acuerdas del patito de goma?. Acéptame y perdóname. El niño soy yo ahora.
Cuando me fallen las piernas para andar, dame tu mano tierna para apoyarme como lo hice yo cuando empezaste a caminar con tus vacilantes pasitos.
Siempre quise lo mejor para ti y he preparado los caminos que has debido recorrer. Piensa que, con el paso que me adelanto a dar, estaré construyendo para ti otra ruta en otro tiempo, pero siempre contigo.
No te sientas triste o impotente por verme como me ves. Dame tu corazón, compréndeme y apóyame como lo hice cuando empezaste a vivir. Igual que te acompañé al iniciar tu sendero, te ruego me acompañes al terminar el mío.
Dame amor y paciencia, que te devolveré gratitud y sonrisas por el inmenso amor que siento por ti.
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