lunes, 6 de junio de 2011

Resistiendo



Andrés García Ibáñez

LA BURBUJA INMOBILIARIA.

En realidad, nunca hemos dejado de ser pobres y subdesarrollados. Se explica porque esta crisis global –una crisis originada por la paralización de toda actividad crediticia desde la banca, primero en EEUU y extendida después por doquier- nos haya llevado por delante, cual huracán virulento, con más fuerza que a otros países. Y mientras otros empiezan a recuperarse, lo nuestro pinta para largo.


Ahora sabemos que nunca generamos una riqueza real; en los tiempos de vacas gordas tuvimos un crecimiento basado exclusivamente en la deuda. Un endeudamiento que sirvió para construir y comprar viviendas exclusivamente, sin diversificar apenas nuestra economía. Desde 1998, la nueva Ley del suelo permitió recalificar sin control y favoreció una especulación sin precedentes. Con la reforma laboral, que desde 2002 redujo derechos a los trabajadores, se incentivó la contratación por parte de los empresarios, propiciando un imponente descenso del paro y una alarmante fuga de jóvenes en edad de formación hacia el sector de la construcción; multitud de trabajadores sin verdadera cualificación.


En todo este proceso fue determinante la complicidad de bancos y cajas concediendo préstamos e hipotecas -sin el menor control- a clientes que querían comprar una, dos o mas viviendas. El crédito fluía y la mayoría se lo creyeron; el país de jauja. Y ello pese a que la citada reforma laboral propició, junto al descenso del paro, una congelación salarial más que notable; pero daba igual, subió la demanda de vivienda nueva de tal manera que en pocos años se duplicó su precio y se construía cada vez más y más ansiosamente. Para 2005, por ejemplo, se construían en nuestro país más viviendas que en Francia, Alemania e Italia juntas.


Los bancos asumían unos riesgos descabellados, las hipotecas se concedían hasta a cuarenta años, para que las cuotas pudieran asumirse desde los sueldos raquíticos; se tasaban las casas muy por encima de su valor -ya de por sí disparatado- permitiendo al deudor embarcarse en otros lujos como coche nuevo y viajecitos caros.


Y todo reventó. Cuando los bancos dieron la voz de alarma, suspendieron radicalmente toda actividad crediticia y nos dimos cuenta que éramos inmensamente pobres; habíamos robado inconscientemente dinero al futuro –al nuestro y al de nuestros hijos- y ahora nos tocaría pagar por ello. Habíamos sido engañados. Los trabajadores se fueron a la calle. De los impagos se pasó a los desahucios por ejecución de las hipotecas. Los gobiernos salvaron a los bancos traidores y asistieron impasibles al drama humano.


Sin darnos cuenta, nos han ido metiendo, poco a poco, en una jaula, y cuando estábamos todos dentro, nos han cerrado la puerta de improviso.



















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